El Libro de los Conejos

Con catorce meses de edad muy precoz mi hija se divertía de lo lindo con un libro gigante (de 52 x 38 cm, lo he medido hoy) de los llamados interactivos. Unas seis páginas repletas de conejos de la misma familia con ventanitas que al levantarlas los mostraba en diferentes situaciones. Los conejos cantaban, cocinaban, jugaban, patinaban, dormían y un sinfín de cosas más, solos, y también acompañados por sus padres, abuelos, hermanos y amigos. Así, ella y yo, nos tumbábamos en el sofá del salón y colocábamos el libro sobre mis piernas (tan enorme que era la única manera de manejarlo). Yo iba preguntando: “¿Dónde está el conejo que se columpia?” Y ella lo señalaba con el dedo y abría la pestañita sonriendo. En menos de una semana la niña se conocía todas las ventanitas, a todos los conejos y todas sus actividades. No las pronunciaba, pero me respondía con un “aquí” contundente, cada vez más sonriente, feliz y segura de sus aciertos.

Aquel libro estaba elaborado con gran elegancia y su arte consistía en encandilar tan fácilmente que se manipulaba una y mil veces sin pudor y sin precaución, porque carecía del peligro de verse desmembrado a manos infantiles torponas.
He recordado esto al bajar la persiana de mi habitación y mirar. Y he imaginado lo que estarían haciendo en ese preciso momento todos los conejos de éste, mi precioso libro ventanal. Pero únicamente lo he procesado con mi caballito de mar de mi centro de la imaginación de Henry Moliason, mi hipocampo, sin transformarme ni por un instante en cotilla o voyeur de ojos azules y escayola hasta la ingle. Y es que dicen los neurocientíficos que resulta imposible imaginar sin la memoria del pasado, y progresivamente, he ido recuperando pequeñas parcelas “hitchcockianas” cantarinas de mi infancia y he jugado con zozobras y óperas, aquella de Billy Budd y su Fragata Infernal televisiva, mi primera película nocturna en día laborable, porque el cerebro funciona recibiendo estímulos sensoriales y correlacionando dicha información con modelos internos, y mi modelo interno siempre ha sido tremendamente sencillo.




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