Speaker’s Corner

La ardilla era apodada por los lugareños “Baby”. Te acercabas al olmo gigante y el animal descendía en cinco segundos para jugar con las mangas de tu sudadera o con tus hombros. Resultaba emocionante. No era Londres ni Hyde Park, sino Brighton y Preston Park. El boomerang y el animal formaron parte de nuestras tardes, dotándolas de una carga emocional diferente, entrañable, estimulante, desconcertante.
Si cojo una caja de ésas que permiten transportar botellas, la coloco sobre el pavimento de la puerta de mi casa y me subo encima imagino que si critico a quien me venga en gana nadie me incordia: “Médicos y médicas, queridos todos y queridas todas,…” En veinte segundos la portera se acerca para preguntarme si me encuentro bien o si llama a una ambulancia. “Pues sí, ya ve, la vecina nueva ha tenido una crisis nerviosa y se ha puesto a hacer cosas raras”. Lo que está claro es que las excentricidades se aquilatan en espacios propios, alejados de la cotidianidad. Y no le explico que fuimos sentados en cajas idénticas en el interior de una furgoneta camino del chalet de una compañera del cole para celebrar su onomástica, que por aquel entonces todos llamábamos cumpleaños.
Comienzo de nuevo mi discurso, esta vez lindando con los leones del Congreso. Y dos policías nacionales se personan a la altura de mi nariz con la sana intención de invitarme educadamente a “circular” para no ser detenida. Y como circular es dar vueltas en círculo me pongo a girar sobre mí misma mientras los uniformados me agarran por el hombro y me solicitan mi documento nacional de identidad.
Mi último intento discursivo parlante sucede entre Berenguela y Urraca, al ladito mismo del estanque de El Retiro. “¿Qué hace esa señora ahí subida, mamá?”. “Pide limosna, hijo. No tiene dinero”. Y como soy algo más fina que la reina castellana y no me pinto los colores con purpurina opino mentalmente que es un buen momento para una elegante y tranquila retirada a mis aposentos de antaño.
Lo cierto es que en todo momento me he encontrado en mi habitación, y para la arenga tan sólo me he debido subir al taburete y así alcanzar la tableta de escritura. Ahora tengo dudas sobre si cenar “fish & chips”, “eggs & sausages” o “only sausages”. Me inclino por la tortilla de patata de mi señora madre, que no se va a llamar nunca “spanish omelette” porque no me da la gana, aunque lo mismo la bautizo con el gentilicio de “akragueña”, no sé.



Agrigento. Tempio dei Dioscuri. 1996.



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