Tremendismo muy corto


“Oportuno el valor y verdadero
Es cualidad que al hombre recomienda, 
Y más al que ha nacido caballero; 
Pero desluce tan honrada prenda
Quien, venga a cuento o no, sin ley ni fuero, 
Todo quiere llevarlo a la tremenda.
Al hombre así tocado de la rabia
Se debiera encerrar en una gavia.” 
La Desvergüenza: poema joco-serio. 
Manuel Bretón de los Herreros.

Tremendo y Chirigota salieron a pasear de la mano por la calle Real para tomarse unos vinos. Charlaban animadamente sabiéndose el centro de todas las miradas. Los ancianos con envidia, los niños con descrédito; las parejas, aun a lo suyo, observaban chistosas, y los perros vagabundeaban con escaso interés aquí y allá en busca de algo que llevarse a la quijada. Se escuchaba a lo lejos el sonido de la campana de las Carmelitas, que tocaba a muerto y transformaba el ambiente con contundencia. Repentinamente una ventana enorme del segundo piso del Hostal Comercial se cerró de golpe y el ruido de cristales haciéndose añicos detuvo dos segundos la algarabía estival. A continuación un corrillo de gente chillando mientras una cigüeña enorme caía a plomo contra la tesela de la entrada. “¡Ha sido un disparo de escopeta!”. Chirigota lloraba mirando su vestido manchado de sangre, Tremendo intentaba equilibrarse porque el ala izquierda del animal le rozó el hombro derecho en su caída. Aquel mosaico se había transformado en ataúd. “¡Nunca entenderé a estos bastardos!”, dijo don Lisardo, aspirando profundamente el humo de su cigarro puro.






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