Carta presurosa sin pesar.-

Muy señor mío, 



Me dirijo a usted sin ningún ánimo inquisitorio ni menoscabo verbal para solicitar un breve minuto de su memoria infantil, aquella de pijama de rayas y orinal de loza que seguramente conserva vuecencia en algún lugar recóndito de la primera neurona de patas largas, bigotillo pelusón y cabello engominado. 
Tanto afán y oficio presto desanudan el barboquejo y a un tris estoy de redimirme en mis pecados bajo secreta confesión. ¡Dígame!, ¿acaso anda pobre de agua de rosas, lienzos de pintura o papel de fumar?. 

Y es que éranse que se eran 
dos hermanos gemelicos, 
sus nombres ya no recuerdo,
igualitos en toíto.

Hete que no eran felices,
ninguno de los perricos,
y siempre que se encontraban
quejábanse despacico.

Roñosos no eran, lo juro,
o al menos eso opinaban
su ama, su esposa, su doncella, 
su gabán y su alacena.

Me despido muy solícitamente rogando a Dios siglos de salud para usted, para su madre y su corcel, y también para su padre, su abuelo y su bisabuelo, que en gloria estén.

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