Historia de Aquí y Ahora.-

De mi mano y escuchando mis canciones y anécdotas he despedido el veinte de Octubre a mi padre. Y ha sido para siempre, sin ningún llanto y sin ruido, como resultado final de nuestra lucha familiar contra una inexplicable infección por el SARS CoV-2 adquirida a finales de Marzo, a pesar de cumplir estrictamente con un confinamiento decidido por nosotros mismos semanas anteriores. Pero no figurará en las estadísticas nacionales de estos decesos. Sin PCR inicial, tan sólo imágenes radiológicas y analíticas concordantes, mi madre y yo optamos por alta voluntaria y tratamiento domiciliario, sopesando que su gravedad y condición física hacían escasamente probable su recuperación intra o extrahospitalaria y no estábamos muy por la labor de despedirlo en la distancia. Asumiendo nuestro propio riesgo vital y con escasísima ayuda nos aventuramos en este Juego del Hambre empleando tratamientos empíricos subcutáneos y Oxígeno a pie de cama. Si indico que mi especialidad de Radiodiagnóstico me concede nula experiencia en el manejo de este tipo de patologías queda patente que el calvario hospitalario matutino de aquellos días tan “madrileños” continuaba para mí cada tarde y cada noche, asaltándome mil dudas a lo largo de las horas sobre si las dosis de la medicación eran las adecuadas o si yo misma iba a ser la causante de su fallecimiento. Pero una mañana, sesenta días después, abrió los ojos y empezó a mejorar y nos ilusionamos. Confirmada su teórica curación por un nuevo análisis de sangre con anticuerpos positivos observé su recién reestrenada sonrisa matutina y nuevas andaduras autónomas con el convencimiento del éxito, sorprendente para sus entonces ochenta y tres años, hasta que volvió a empeorar transcurridas unas semanas apagándose día a día hasta perderlo del todo.

No figurará entre los fallecidos a consecuencia de la pandemia aunque lo sea en última instancia. Nadie sabrá, ni le importará, que este anciano fuera un experto en Economía nacional e internacional, Premio Extraordinario de carrera, comunicador nato, íntegro hasta lo indecible, marido detallista y ejemplar y padre presente en el día a día de toda la vida con su bienhacer permanente. Echo ya de menos sus pasos estruendosos, su genio vivo, su mirada silenciosa de ojos indescriptibles, su armónica, sus caricaturas, sus juegos de palabras, sus ex-libris, su orden extremo y sus cuidados permanentes. 
Hay instantes comunes que no tienen precio para mí: La pesca del sabadeo, las traducciones de latín, el juramento de mi mayoría de edad, los castillos de la playa, el “sabarana hindú” de la mañana de mi meningitis y cientos de ratos suyos y míos que conservaré para siempre. He perdido en presencia a mi crítico musical, a mi mejor lector y a la única persona del mundo capaz de ponerme en mi lugar en medio segundo con un gesto. 

No me voy a dedicar hoy a contar nuestra historia, tan sólo voy a protestar enérgicamente: En este país las canas son poco respetadas, sin comprender que el valor de lo auténtico se adquiere con los años, no cae del cielo. La puñetera pandemia y el maldito bicho... ¡Ojalá se pudran en el infierno por toda la eternidad, amén!.




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