Mi Ropa y mi Guitarra o Historia de una Simbiosis Musical.-

Amaneció fresco el comienzo de mi otoño y me hizo feliz elegir uno de mis pantalones vaqueros elásticos de siempre, perfectamente ajustados a mi anatomía mediterránea, calzarme con dificultad mis botines de ante con cordones y tacón grueso y colocarme mi camiseta negra de licra, esa cuyas mangas alcanzan mis nudillos, al cuello el collar de plata y cuero y la cruz negra que me regaló mi madre años ha, y en las muñecas y dedos varias pulseras y anillos también de plata (y alguno de oro) con diferentes piedras semipreciosas engarzadas. 
Y esto es así porque si piso y taconeo con fuerza me identifico y me siento algo poderosa, y una vez en casa, regresando de un Domingo extraño, repleto de símbolos y de música ambiental, he decidido fotografiarme de nuevo con mi guitarra en el espejo del distribuidor, ya que de esta guisa constituimos una simbiosis atemporal perfecta de la que siempre me merece la pena dejar constancia. Y es que me conquista con su sola presencia y acaricio las cuerdas metálicas haciéndolas chirriar intencionadamente en mi movimiento digital por el mástil con ánimo provocador, y es entonces cuando se convierte en la protagonista absoluta de todo mi espacio sensorial, con sus formas ligeramente voluptuosas y sus ritmos decadentes y modernos a la par, transformándose en mi animal, mi amante y mi criatura. Y me toca las narices que en castellano se describa como sustantivo femenino porque yo no la interpreto como tal aunque me consuela pensar que el piano sea el compañero homosexual de grandes concertistas varones. Ya lo dice el refrán: “Mal de muchos consuelo de tontos”, así que somos muchos los tontos consolados amorosamente por instrumentos musicales del mismo sexo.

La tengo siempre expuesta en su pie, sin la funda, con la cejilla ajustada, preparada para conquistarme cuando lo desee, y realmente lo consigue cientos de veces incluso sin emitir una nota. Y tanto los hititas como los sirios, y hasta el mismo Ali-Ibn Nafi Ziryab me acompañan en mi devenir estético cultivando con brillantez y hermosura mi momento de dispersión imaginativa sin yo tan siquiera sospecharlo. 
Más que una amiga, ¡muchísimo más!... Es mi equilibrio en el caos y mi apertura al universo artístico en la creación. 

A veces la abandono sin reparo para regresar después violentamente a su compañía, cual droga de diseño, y me parece mentira haberme visto obligada a prescindir de ella durante más de tres años por cuestiones de salud. La pasión por la música y la música por la pasión, siempre juntas conmigo y mi guitarra, desde los seis años de edad, ¡sorprendente!, ¿no?.







Comentarios

Entradas populares