Texturas y otros lujos.-

Existe un placer sensorial simple que me entretiene: Experimentar mediante el tacto de los pulpejos digitales la morfología del entorno. De hecho casi a diario recorro partes de mi hogar a oscuras para descubrirlas de manera diferente. Cristales, paredes, telas, libros, utensilios de cocina, instrumentos musicales y adornos varios son desvelados mediante el disfraz de invidente para pasar a formar parte del grupo selecto de microamores palaciegos. De entre todos ellos caben destacar los bajoplatos ribeteados en azul marino, vestigios de lo que fué mi experiencia (ya asesinada) del hogar tradicional, una cajita de plata en cuyo interior juegan alegremente sacarinas diminutas con unas minipinzas encargadas de dar caza al dichoso edulcorante y mi pequeña kalimba, ligeramente desafinada desde su fábrica artesanal. 

Después hago sombras chinescas en la semioscuridad y juego a creerme Pilobolus teniendo como espectadoras a las dos chinchillas, que se jalean con mi mera presencia, mientras mi ordenador de sobremesa, ya trasnochado y sustituido por el portátil, duerme apaciblemente hibernado. Y así redecoro en mi memoria mi existencia mundana para integrarme en un espacio imaginario que únicamente visualiza mi corteza calcarina como recuerdo reciente. Y mediante esta fórmula pseudoartística envío al carajo los cientos de horas en que perdí mi sensibilidad propioceptiva hace ya tres cuartos de vida, aunque hoy el puñetero pulsioxímetro se ríe en mis narices con sus luces de colores, incluso a veces se apaga sin motivo porque le divierte jugar con mis sentimientos y mi templanza.

La última parte de mi experimento consiste, una vez realizado el lavado con esmero mediante agua y jabón imprescindible estos días, en aproximar el pulgar a la yema de cada dedo (de una mano y de la otra) y jugar recorriendo las tres falanges y las articulaciones interfalángicas en su cara ventral así como las uñas, mirar de perfil las crestas papilares tenares e hipotenares, sonreír con la “M” de mi apellido y tamaño considerable dibujada en el centro de la palma y la “A”, bastante menor, distal a la línea de la muñeca, para comprobar después que persiste la marca de fábrica de mi segundo apellido, una cierta angulación lateral (teniendo como referencia la posición anatómica) de la falange distal del meñique derecho, porque cada uno de nosotros es lo que es porque sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y todos sus antepasados fueron de esta o de aquella manera, y yo tengo la fortuna de saber que hasta donde recordaban mis abuelos todos ellos fueron buenas personas. 

No es hora de hacer arpegios con la guitarra, pero me habría apetecido. También he disfrutado leyendo parte de esta investigación sobre las líneas papilares de las manos como método identificador realizada por un señor catedrático profesor de Medicina Legal en 1916. http://bibliotecadigital.jcyl.es/es/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=10068268  

Las manos, el instrumento y el útil más sencillo y más complejo del universo. 











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