Nuevo microensayo sobre la expresión corporal o no.-

En ese instante en el que se percibe el gesto minúsculo, en ese segundo único, en ese momento particular, en esa unidad ínfima de tiempo se mezclan dos sentimientos: La tranquilidad de comprobar que las cosas regresan paulatinamente a su cauce y la tristeza de perder la exclusividad para siempre: Cien por creyente y noche, siempre que las huríes procedan directamente de Dios, estén fabricadas con alcanfor, almizcle, ámbar y azafrán y formen parte del premio trenzado y dulce de un paraíso donde prima la arquitectura, el agua, los nenúfares, los limoneros y el romero. Y no hay más, porque aunque las mujeres terrenales se comporten en vida cien veces mejor que dichas vírgenes, estas últimas constituyen el premio del edén para el hombre, y las otras se quedan sin nada, hagan lo que hagan.

“Contempla para recrear tus ojos un jardín lujuriante sobre el cual la brisa no cesa de soplar ni la lluvia de caer”. Abu Bakr Muhammad Ibn Umar Ibn Abdul Aziz Ibn al Qutíyya.

Y hasta el Relimpio de Galdós sueña con huríes y dragones, luego la imaginación del varón clásico ha adquirido derechos teóricos de los que la de la hembra no dispone ni probablemente dispondrá nunca, quizás porque no le resulta necesario (o acaso le puede parecer impropio) soñar con una Medusa masculina que la mire y la transforme en piedra, o con una sirena travestida decorada a base de caracteres secundarios XY. Otra cosa sería aderezar la fase REM a base de cortos diálogos de ida y vuelta para con el mismísimo Poseidón, o despedir a la gorgona y a la ondina saboreando un café fuerte y cortito estilo Medea y Jasón pero en Taormina con el Etna como imagen de fondo de postal para decorar más si cabe la tragedia del salamino.

Así son las cosas y así se las hemos contado. Y probablemente estamos (estoy) en la hora vital de hacer un lánguido mutis por el foro para preservar intacta esa aparente necesidad del aplauso, vespertino o femenino, recuperada recientemente y que tanto placer suscita acá y tan escaso acullá, siempre con la satisfacción del trabajo bien hecho y el corazoncito tierno algo tocadito del ala. Se trata de sufrir lo mínimo, de levar anclas y también elevar el espíritu a la par. 

Termino como dice la canción: 
“Y allá se fué Vivar con su borrico y su cruz, su sombrero y su acento andaluz y su sonrisa. 
Y me quedé con mis libros y mi poca fe sin saber cómo se hace crecer aquella espiga”.

A




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