Las tablas del parquet.-

No tenía motivos para andar descalzo por el pasillo pero le gustaba el tacto del parquet, suave y ligeramente templado, así como escuchar las quejas musicales de las tablas algo desvencijadas al ser apretadas con fuerza por la planta del pie. Siempre las mismas. Las conocía casi con nombre propio. Esta Ernestina, aquella Justa, la otra Clara. El concierto solía comenzar hacia la medianoche en los metros desde la cocina hasta el dormitorio, generalizándose en veinte segundos; en ocasiones las maderas incluso cantaban un canon a voces. Esto último sucedía mucho más tarde, al abrir con la llave la puerta principal y caminar a tientas en la oscuridad sujetando los zapatos con la mano derecha. 

Resultaba sorprendente la vida musical tan fuera de lo común que mostraban aquellas láminas de madera. Se trataba sólo de esperar unos segundos y apretar los dientes antes de aguzar el oído. Casi siempre comenzaba Paca, tan cotilla ella, y después continuaba Clarita alegre y dicharachera, luego Alicia y Rita, así una detrás de otra, en total unas diez. La última en hacerse presente era siempre Justa, en la esquina entre el aseo y la habitación, aunque se desconocía de antemano la intensidad, el tono y el timbre de su onda sonora porque su textura y situación la dotaban de innumerables registros, pudiendo convertirse tanto en La Castafiore de Tintín como en Loquillo y los Trogloditas, lo que confería emoción añadida a la madrugada a priori silenciosa.

Explicación:
En este cuento las casas, las paredes, los muebles, los libros, los objetos decorativos, todos se mueven a su libre albedrío, hablan a voces y conversan con uno y entre sí. A veces se acompañan y a veces se enzarzan en discusiones banales sin fundamento ninguno del tipo “yo llevo aquí más años que tú”, “yo brillo más” (el espejo de Blancanieves es algo soberbio) o “yo soy más grande que tú”. Al final todos y cada uno de ellos ocupan un espacio necesario , porque el que no lo hace termina por romperse o desaparecer de la vista. 
Las tablas del suelo, sin embargo, aunque parásitas de la estética, con el paso de los años han llegado a adquirir el mismo protagonismo que la cisterna del inodoro cuando permanece abierta a deshora, y todas ellas resultan entrañables y familiares, a fin de cuentas forman parte del espacio personal, ése que sólo uno mismo conoce en profundidad.








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