El Día de la Marmota Bis.-

¡Y va de nombres la cosa, oiga!. Empiezo en Viriato con interés y en realidad me dedico a descubrir personajes que desconocía bautizados de las maneras más inverosímiles. Porque Arminio tiene un pase, pero Vercingetorix no es salvado ni para llevar el menhir galo. Y luego que si Posidonio en Diodoro o Polibio en Estrabón. A Retógenes lo paren con dificultad y encima lo apodan Caraunio, Dios sabe si porque de tan feo sus facciones son únicas o por ser un numantino originalmente valiente. Y Orosio. Y después Hilerno y luego Aulo Gelio y Polieno. Pero aún mejora con Olonico y Caciro, Leukon y Ambon. Y leo Floro y Plinio y ya me tranquilizo porque me va sonando algo familiar. Y cuando me he relajado algo, de repente, descubro cosas sobre la “ideología trifuncional indoeuropea” y “los tres pecados del guerrero” (riqueza, usurpación de soberanía y exceso de cólera), y me da por pensar en el apodo cariñoso (supongo) que utilizaba para llamarme uno de los TSID con los que trabajé en un interesante barrio repleto de detalles curiosos: Casas bajas, bares antiguos, chatarrerías, tiendas de venta de ordenadores marca “nisu”, mercerías con bragas de perlé colgadas en perchas y fascículos descatalogados. Era Rutendia, igual de elegante. Es decir, yo misma, en mi día pero sin tilde. Y Gumersinda era la mujer de un tío abuelo a la que quise mucho y Eulogia mi bisabuela, una preciosidad de señora de pueblo de pelo blanco y traje negro (en realidad mi tía bisabuela, porque cuando mi bisabuela murió obligaron a su hermana a casarse con el viudo, padre de cuatro hijos, con el que tuvo otros siete, creo). Y la pobre fué llorando a caballo a su boda, y luego decía que tuvo suerte porque su marido se portaba bien. Y cuando yo cogía el coche e iba a visitarla al pueblo aquel ella me preparaba manitas de cordero para comer y después yo me sentaba a sus pies mientras me acariciaba el pelo con su mano derecha.
Resumiendo, que de las historias lo que a mí me interesa son las personas, aunque los nombres raros me divierten. “Se aproxima un mozalbete. ¡A ver!, ¡lección diecisiete”.




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