Poemas Musicales Elaborados con Amor para un Día Obtuso, Confuso y Difuso


Relataré una de mis anécdotas favoritas: Cuando mi hija tenía unos tres años nos gustaba descansar una semana en Cantabria durante el mes de Julio, y aquel día conducíamos por carreteras comarcales pues el tráfico en la nacional era denso. Se hizo la hora de comer. ¿Dónde parar?... Recordé a mi abuelo en sus viajes a Zamora... "Donde haya muchos camiones allí seguro que se come bien”. Y así hicimos. Nos detuvimos en un hostal de carretera que elegí yo, cuyo aparcamiento estaba repleto de dichos vehículos, lejos de la autovía, aparentemente agradable. Entramos por la puerta de la cafetería-restaurante. Pedimos el menú: Lentejas y pollo (creo que era pollo). Pregunté si tenían inconveniente en que encendiéramos una televisión (había varias), el camarero negó con la cabeza mientras secaba un vaso con aire cansino. Buscamos un canal de dibujos para la niña (en aquel entonces era necesario entretenerla para comer). Por el segundo plato, con menor complejo de madre y ya un treinta por ciento de radióloga sobre las espaldas, me fijé en un cartel que estaba colgado en la pared justo a la altura de mis ojos, detrás de la barra. Era parco y sobrio, en papel crema, escrito a ordenador en mayúsculas, "TODO SE PAGA AQUÍ", y observé el local: Las mesas redondas y sillas altísimas, todas de metal dorado muy brillante, el suelo idéntico.  Continuando la barra en su extremo derecho había unas cortinillas de color indefinido que eran atravesadas nerviosamente por el camarero en repetidas ocasiones (individuo de unos cuarenta y cinco, calvo, muy moreno, ojos oscuros). Al principio pensé que se trataba de la entrada a la cocina, pero en una milésima de segundo me brillaron los ojos y empecé a sonreír con diversión adolescente que culminó al ver asomarse a su través a una mujer descomunal, rubia y de mirada clara y gran altura, muy escasa de ropa, que habló con acento marcado de la antigua Europa del Este... Desde ese momento la comida se convirtió en mi fiesta particular, analizando las caras de todos los que allí se encontraban, pensando si la susodicha le preguntaría a mi marido “¿tú querrer carrrrne o querrrrer pescado?, imaginando ya su expresión de estupor, mientras mi hija, ocurrente como siempre, hablaba, reía e incluso charlaba con el camarero. De fondo musical... Los Simpson. Lo cierto es que mi abuelo, que fue siempre un bendito, nunca se habría metido con su familia en un lupanar, menos aún para comer, como acababa de hacer yo. Las lentejas...¡RIQUÍSIMAS!. Muy diferente fue mi interpretación mental de la higiene de los aseos (adecuada para una comida rutinaria) y mis aspavientos para sujetar en vilo a mi hija (siempre lucida y compacta) a la hora de orinar y el tremendo lustre de manos a que fue sometida por su progenitora.

Y continúo cultamente: "Si, por ejemplo, el esquema proyectivo reviste una forma simple, esa simplicidad tenderá a interferir en su función, porque cuanto más simple sea la forma de un esquema bidimensional más se resistirá éste a ser percibido tridimensionalmente: Tenderá a parecer plano". Rudolph Arnheim. 'Arte y Percepción Visual'.
Disiento. La tridimensión va pareja con la capacidad imaginativa. Cuanto mayor simpleza más posibilidades de inventar la realidad.
Ejemplos:
1.- El cordero de El Principito en su caja.
2.- Kirikú y la bruja. 
3.- La pelota de Lala.
4.- El abuelo de Heidi.
5.- "Tatatá tatainco".
6.- Un tambor.
7.- "Hasta el infinito y más allá".
8.- "Clavelitos, clavelitos, clavelitos de mi corazón..."
9.- Una aguja de coser.
10.- Canción a capella.
11.- Un vaso de cristal.
12.- Una hoja de un árbol volando.
13.- Una mosca en la mano.
14.- Un cable de teléfono retorcido.
15.- Un trozo de raso.
16.- "¡Señorita, la cuña!".
17.- Un tablero de ajedrez.
18.- Un muelle.
19.- Una única rosa encima de una mesa.
20.- El llanto quejumbroso y pesado de un recién nacido.
21.- Hacer el salto de la rana lanzando una piedra plana sobre el agua.
22.- La nana que improvisé la noche de la laringitis aguda de mi hija.
23.- El rotulador de punta fina con el que caricaturiza mi padre.
24.- Mi muñeco besucón (el único que me ha gustado). Sólo hay que apretarle el brazo. Lo conservo.
Y un sinfín de etcéteras.

Primer etcétera:
Estudiaba mi hija el otro día Filosofía, a Parménides. Su comentario fue: "Esta gente que estaba dándole vueltas todo el rato a la cabeza desde luego lo que no tenía era vida social". Pues sí, totalmente de acuerdo. Si uno se dedica a filosofar y filosofar sin parar es que dispone de demasiado tiempo y mucha vida social no tiene. Y recordé otros dos momentos entrañables de madre e hija en esta Vida Contemplativa tan nuestra: Ella, guapísima, disfrazada de vaca, con dos años y medio, en el carnaval de Sitges bailando con los travestidos de todas las carrozas que pasaban, encantadísimos con su desparpajo, siendo enfocados por las cámaras de televisión española en múltiples ocasiones y yo sufriendo por si nos veían mis padres durante el telediario. Y otra, madre e hija perdidas en la Casa de Campo yendo al Rastrillo de Nuevo Mundo y dando vueltas con el coche para terminar repetidas veces “donde las putitas, abuelo, estamos perdidas donde las putitas” y mi padre me quería asesinar por ello a gritos desde el teléfono. La vida misma.

Segundo etcétera:
Me reía con los comentarios de un buen amigo: "Tengo miedo de electrocutarme con el Mp3 acuático mientras nado". 
Al principio me pareció pueril... Después sopesé su trayectoria personal, conocida por mí desde siempre, y comprendí sus razones. Uno es lo que vive y, está clarísimo, si se arde literalmente durante la infancia porque un aparato eléctrico adquiere vida propia, lo cierto es que tu mismidad evoluciona, para mal o para bien, pero evoluciona.

Tercer etcétera:
Aquella noche la Bruja del Frío había ideado un maleficio para romper el corazón de las tres princesas menorquinas fabricando un veneno muy fuerte con alas de urraca y colmillos de jabalí. La mayor de ellas, Carmen de la Piedra Azul, increíblemente guapa, de pelo negro y ojos rasgados, que estaba a punto de alcanzar su tan ansiada mayoría de edad, cogió un pergamino, y escribió con tinta: "Ordo servabit te". Lo selló con lacre y lo puso en la ventana sujeto con un canto rodado para que no se volara. En ese momento se escuchó un trueno y apareció un águila culebrera de hermosísimo vuelo que emitió un fuerte graznido y, con las garras bien abiertas arrancó la misiva del poyete de la ventana. De repente, se encendió una luz inmensa en el cielo que pareció partirse por la mitad y cinco palomas torcaces batieron sus alas tan fuerte que el Viento del Este se convirtió en Tramontana. Carmen tuvo que arrodillarse y sujetarse a unos hierros para no salir volando con ellas, apretó los dientes... Una vez, dos veces, hasta tres... Y entonces, como por arte de magia, el cielo se llenó de luces de colores. Miró a lo lejos y vió cómo sus tres primos jugaban con un potrillo y sonrió... 
A la izquierda, en el otro castillo, Droela tocaba el laúd. La saludó con la mano. Sonrieron. Todo estaba bien en el Reino de la Flor.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.










Ruth Martín Boizas

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