Papá y las Vacas

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“... Aplastó con sus pisadas el sonido de la noche contra la gravilla, mientras observaba el bailoteo lejano de la farola de la plaza entre las ramas del olmo de siempre... Musitó ausente un latinajo y se sorprendió a sí mismo cruzando el umbral del portal de Regina sin entender que el transcurso de los días, e incluso los años, había cambiado radicalmente aquel escenario tan familiar. Ya nadie contestaría la llamada sorda del timbre de la casa, que yacía lúgubre, medio desvencijada, ligeramente oculta por los matorrales crecidos a su antojo. 

La noche, sin embargo, se mostraba alegre y limpia, mientras los grillos charlaban animadamente mecidos por el viento pausado. No pudo evitar sonreir recordando aquella madrugada en que las vacas del prado de enfrente se escaparon y, a base de silbidos, piedras, gritos y risas, las azuzaron entre todos los chavales del barrio (papá a la cabeza) para dirigirlas hasta la verja de la casa del alcalde, que salió en calzoncillos medio dormido al escuchar, asustado, el estruendo de los cencerros...”





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