Palabras para conquistar a un escarabajo pelotero.-

He comprado el “Hola” unas siete u ocho veces en mi vida, siempre en mis salientes de guardia, cuando me merezco todo y más. He pasado sus hojas despistadamente sintiéndome culpable de asesinato clásico multitudinario, teniendo como compañía una clara de limón y unas aceitunas rellenas de anchoa en La Carrasca, una vez incluso con el cochecito de mi preciosa niña dormidita a mi vera al sol de la primavera. Sí, es cierto, rodeada de críos se liga más, y si son guapos y sonrientes el éxito social de cualquier índole está garantizado. Esta ha sido mi fórmula esporádica para aplanar el electroencefalograma y sobrevivir graciosa y elegantemente al paciente politraumatizado lanzado desde un quinto piso de las cuatro de la mañana o a la disección aórtica de las seis. Y es que las terrazas de los bares madrileños no están pensadas para sufrir que yo recuerde, sino para jugar al futbolín o al mus.

Así han ido transcurriendo los años y la Tríada Postguardia (priapismo, hiperlalia y halitosis) ha permanecido idéntica en las nuevas generaciones de residentes, con la salvedad de que han adquirido derechos progresivamente, perdiendo capacidad de asombro. Y es que pernoctar en un centro hospitalario tiene morbo. En primer lugar el Morbo Imaginativo (totalmente incierto) sobre las numerosas posibilidades de integración y libertad sexual de que se dispone (gracia me hacen las series americanas, como si a las cinco de la madrugada uno fuera capaz de algo diferente de lavarse los dientes y dejarse caer en el colchón aparatosamente, sin fuerza para quitarse los calcetines de angelotes o vacas jugando a los bolos, único detalle variopinto de la ropa de trabajo habitual, que a veces raspa porque es nueva, o arrastra porque queda enorme. Como detalle curioso comentaré que tengo unos zuecos verdes de goma de idéntico aspecto al día en que me los entregaron hace veintiséis años en La Paz, que lavo periódicamente en la lavadora con jabón de Marsella y me siguen gustando).
En segundo lugar el Morbo Provinciano, el de pacotilla y cotilleo que tanto nos entretiene a los españolitos, que en Madrid se nota menos pero existe igual y en los hospitales calma el ansia global y desarrolla el intelecto popular.
En tercer lugar el Morbo Añoso, aquel de mirada libidinosa algo trasnochado, que en mis tiempos desasosegaba y ahora resulta hilarante. Porque hoy el panfilismo médico juvenil brilla por su ausencia. Aunque he de reconocer que yo sí echo de menos esa inocencia incipiente y pueril de mi generación lega a su edad.
En último lugar el Morbo de la Llamada a Deshora con voz masculina (o masculinizada por el cansancio), inquietante de principio a fin.
Y me despido hoy recordándoles que por las noches en los hospitales pasean gamusinos que uno puede encontrarse en cualquier esquina o máquina de café, así que no se olviden sus carteras en la habitación o las tabletas en la mesa del despacho, que la vida está muy cara.



Nota curiosa: Últimamente nos están uniformando a colores.

Musiquita.






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