Otra Historia



Existen muchas guerras que se pierden cuando se ganan. Esta es otra historia:


Hace unos quince años estaba yo trabajando una tarde en uno de los hospitales y acudió un chico de catorce años, 1. 85 m de altura y un audífono a la urgencia. Había recibido un balonazo jugando al baloncesto y sentía un dolor abdominal brutal. Traía una ecografía de otro centro informada como hematoma intraperitoneal. A la cirujana no le gustó la exploración y me pidió que le repitiera dicha prueba. Y eso hice. Aquel día realicé el diagnóstico ultrasonográfico más brillante y más triste de toda mi carrera profesional (ayudada telefónicamente por mi amigo Pepe, que buscó bibliografía siguiendo mis exhaustivas descripciones del tumor — Contornos, ecogenicidad, vascularización en el doppler, etc— porque entonces Internet no era tan sencillo): Un rabdomiosarcoma pélvico roto con diseminación peritoneal. 

El resto de pruebas de imagen y la anatomía patológica de después lo confirmaron. Recuerdo que, tras ser intervenido, la cirujana me contó que le impresionó el aspecto de “uvas” como si fueran un “allien”, invadiendo toda la floreciente y hermosísima anatomía del chaval.

Después fui observando en la distancia radiológica el deterioro físico progresivo de aquella criatura, que me recordaba muchísimo a mi hermano a su edad, porque además entretenía durante sus ingresos haciendo juegos de manos con una baraja al resto de los niños oncológicos ingresados, más pequeños que él.

Murió durante mis vacaciones, lo cual para mí fué un alivio, porque llegué a vincularme con él y su enfermedad de una manera fuera de lo común, también con su familia. 

Unos pocos meses después de aquello salieron los resultados de la oposición y gané mi plaza en un hospital público. Abandoné aquel trabajo llorando, no sé todavía por qué, habiéndome regalado unos pendientes los pediatras de la urgencia.


La Medicina es una droga tremendamente dura, que crea dependencia, te machaca en tu autoestima y en tu equilibrio afectivo y te mantiene en evolución continua. Alcanzar la balanza perfecta para sobrevivir entregando ternura sin tristeza externa exige una fortaleza mental descomunal. Se aprende mucho observando. Quizás demasiado.

Hoy estoy muy cansada de la semana, de Puigdemont y de mi guardia del Lunes. Mi única preocupación brutal es cambiar la ropa de verano por la de invierno en mis armarios.





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