Las Costumbres y las Leyes

La costumbre de la abuela Justina era murmurar por lo bajo al tricotar, y los niños habíamos aceptado algo tácitamente y después lo convertimos en ley: Nunca investigar si se daba cuenta de sus propios susurros y qué cosas decía en ellos. Aquel ensimismamiento de señorita Rottenmeier hipermétrope se encontraba en el límite de lo políticamente correcto y emocionalmente sano, pero jamás ninguno de nosotros se atrevió a preguntar si acaso hablaba con el abuelo Manolo (al que nunca conocimos) o con su primogénito, muerto de difteria en su tierna infancia. Tal vez se limitaba a contar los puntos al tejer para no confundir un derecho con un revés y alcanzar la perfección absoluta de semejante artesanía doméstica en la que todos colaboramos alguna vez como modelos o desmadejando lana bajo sus esmeradas indicaciones. Quizás tan sólo rezaba el rosario.
Ayer, con el cambio de armarios, encontré uno de sus jerséis... Inmaculado, como recién terminado, aún con el olor a su crema de manos. Y ella permaneció unos segundos inmóvil conmigo, sosteniendo la lupa entre el pulgar y el índice izquierdos y el periódico del día con la palma derecha mientras la escuchaba pelearse con la auxiliar de La Paz... “¡Usted perdone, pero yo soy abuela sólo de mis trece nietos y para usted... Doña Justina... Porque no la conozco de nada”.




Comentarios

Entradas populares