Ensayo Pseudocómico sobre Femineidad y Empoderamiento.-


Después de una rápida conversación hoy en el ambiente laboral matutino (algunos hemos trabajado) sobre feminismo y la falta de percepción de las actitudes machistas en el día a día por parte de la sociedad, de repente, he aparecido ante mis propios ojos como una Mujer del Tiempo de Maricastaña. Y dándole vueltas a la idea de que ya me encontraba fuera de lugar y de época, he sufrido un rápido espasmo neuronal (que ahora interpreto como “mosqueo puntual”) del que me siento obligada a hacer partícipe a todo aquel lector o lectora que guste de mis publicaciones “facebookianas”.


Mi madre estudió carrera en la ‘Complu’ con brillantez auspiciada por su señor padre, después se casó con quien eligió (porque así lo quiso), y, posteriormente, al nacer yo, decidió libre y voluntariamente quedarse en su casa para cuidarnos, primero a mí y luego a mi hermano. Íbamos a ser más porque les gustaban los niños, pero el tercero se malogró y debió guardar reposo durante bastante tiempo por problemas de salud. De todo esto me enteré ya casi de adulta porque no la recuerdo enferma, sino alegre, vital y repleta de una energía poco común.

A eso de mis dieciseis cambió de idea y, en lugar de reciclarse profesionalmente, estudió otra carrera diferente destacando entre la mediocridad, la cual ejerció como le vino en gana. Además siempre cocinó muy bien y cuidó de los “Tres Viejos” de la familia (como ella decía con dulzura) hasta que se marcharon para siempre. Así nos acompañó en nuestras vidas, exigiéndonos y mimándonos con su presencia detallista permanente. 


Ahora, según dicen algunas lenguas, parece ser que mi señora progenitora fué “medio boba en su toma de decisiones porque se dejó influir por el ambiente sociocultural de su época”...

¡Pues esto sí que no lo veo, ustedes perdonen!. Ella optó por lo que le pareció pertinente y todo lo desempeñó (y sigue haciéndolo) con esfuerzo y amor, erigiéndose en reina y señora de las vidas cotidianas de su familia (marido y padres incluidos), aunque nunca jamás la oí hablar sobre “empoderamiento” como algo “imprescindible para brear con su quehacer cotidiano en una sociedad globalmente machista anclada en el pasado”.

Fuimos educados igual mi hermano y yo; nos exigieron, nos castigaron (a mí más porque yo tenía peor carácter) y viajamos y crecimos. Hablamos durante las comidas sobre sexo, sobre amor, sobre circuitos, sobre monos y cocos, sobre cadáveres en piscinas de formol, sobre poesía, sobre economía, sobre filosofía, sobre ropa, sobre familia, sobre relaciones afectivas, sobre música, sobre pintura, sobre reyes godos... Sobre casi todo en profundidad. Ellos dos disfrutaron también de su propio espacio (juntos y separados) y del de sus numerosos amigos.

Creo que el empoderamiento de mi madre fué descomunal: Permitirse el lujo de poder elegir quedarse en su propio hogar (ahora sería impensable con nuestros sueldos actuales y las hipotecas) para dedicar todo el tiempo del mundo a su familia como opción de vida personal.

Y es que, opino, existen diferentes tipos de mujeres fuertes e inteligentes. Y ninguna de ellas está en posesión de la verdad absoluta. Porque cada persona es lo que nace y lo que vive. También lo que muere.

Evidentemente, con un padre tan sumamente tolerante y amable (mi abuelo) mi madre nunca debió en su juventud tan siquiera imaginarse el machismo como un reto que vencer, porque en su caso ya estaba ganado de antemano. Y no cuento los adjetivos que siempre escuché de los labios o leí del rotulador de punta fina de mi padre con respecto a ella y cómo la trataba en público o en privado a mis ojos infantiles, adolescentes o juveniles, rebeldes y provocadores siempre.

Y es que, aunque a algunas les cueste creerlo, también existen (y han existido siempre) hombres inteligentes y fuertes que han colocado a las mujeres de sus vidas (hijas, madres, esposas) en el lugar perfecto: Aquel en el que un ser humano nacido hembra no debe dejarse amedrentar jamás por un entorno hostil de ningún sexo físico o mental, y respetar haciéndose valer mientras pelea por sus convicciones más íntimas si considera necesario...

Pues bien, eso hago, empoderarme en mi femineidad potenciada en toda ocasión por mi padre, mi hermano y mi abuelo, explicando que no estoy de acuerdo con cientos de cosas que veo, leo y oigo, porque tengo la suerte de que no han sido mi propia realidad. Aparentemente correspondo a un grupo con enorme sesgo en la estadística cualitativa social española de demócratas paridos por demócratas antes de la democracia, ¡qué le voy a hacer!.

En resumen: Hoy me siento fuerte y no quiero empoderarme más, sino hablar de pacificación y de respeto para intentar poner un estético contrapunto ligeramente artístico, esta vez literario.






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