El Espectro de las Noches Blancas.-

Conozco bien las Noches Blancas, desde dentro y desde fuera de la canción. Conozco sus recodos, sus veredas y sus ríos. Conozco la enorme escalinata en el silencio del patriarca. Conozco sus abrigos y escondites, sus libros y sus arañas, desde hace mucho, desde mi infancia.
Conozco que la tiniebla allí es larga y silenciosa a ratos, aunque contenida. Conozco que cuando se organiza un baile dura horas y bailan cientos. Conozco sus malabares, conozco sus libros, conozco sus soledades. Y conozco al espectro que la habita desde siempre. Es también blanco y tiene voz de mujer. Se pasea sin decoro y sin medida, con su traje de luz de idéntico color. Dice la leyenda que existe porque un trastolillo travieso del bosque de Saja se encontró con una ijana y se pusieron a jugar a las tabas, quedándose dormidos después sobre un helecho. La anjana del bosque, compungida, lloró y lloró al enterarse. Tantas fueron sus lágrimas que quedó medio ciega. Cuando se acercó al río para lavarse la cara pensó que tenía piernas de pata y se marchó de allí para siempre por vergüenza. Desde entonces anda vagando por las casas que tienen espejo para observarse. Yo la he visto en varias ocasiones, cada trece o catorce años, curiosamente, casi siempre en el reflejo de dos retratos, un óleo gigante de la sala y una acuarela que está colgada en la entrada, a la derecha de la vitrina de los caballos. Aunque ya no me asusta, tan sólo me sorprende su presencia. 







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